
Entendiendo por éxito el lograr lo que nos proponemos, observo que en muchas de nuestras acciones parece más importante tener razón que lograr el objetivo.
Obviamente tener ideas y opiniones son imprescindibles para vivir, pero no por eso tenemos que enamorarnos de ellas.
Nos identificamos tanto con nuestras ideas, razonamientos y fundamentos, que cuando alguien no coincide con nuestro parecer, simplemente por pensar distinto, lo vivimos como un ataque personal, y no una diferencia con una idea o creencia que tenemos. En lugar de ser personas que tenemos ideas, nos transformamos en esas ideas, confundiendo nuestra verdadera identidad.
E invertimos una enorme cantidad de energía para defender lo que pensamos, pues centrados desde el ego, significa resguardar nuestra importancia personal. Y hasta puede darse el caso de haber cambiado de opinión, modificando lo que pensamos y quizás acordando con el otro, y no lo reconocemos por esa ilusoria defensa de nuestra importancia.
Considera el desgaste energético que producen las vanas discusiones por defender la razón en el ámbito político, empresario, otras organizaciones sociales y hasta en el entorno familiar, en lugar de volcarlas a recorrer la brecha entre lo que nos pasa y queremos que nos pase.
Cuanto más libres, despojados y fluidos viviríamos si utilizáramos esa energía en obtener lo que pretendemos, transformándonos en verdaderamente efectivos. Y que las ideas de hoy que pueden ser distintas a las de mañana, significaran simplemente referencias en un mundo de creciente y respetuosa diversidad.