¿Qué ocurre cuando transitamos la vida viviendo como autómatas de la comparación de nosotros mismos, de nuestros afectos y de nuestras posesiones?
Esto resulta un pasaporte con visa eterna al infierno.
Es un camino donde reina nuestro ego, y que conduce a la permanente disconformidad si nos sentimos perdedores, o a la peligrosa satisfacción cuando nos comparamos ganadores.
Los condicionamientos y las tentaciones de la sociedad, el mundo rápido, el consumismo como vértice, la identificación con lo que posees, o las estrategias para que pertenezcas a tal o cual grupo, están a la orden del día. Todas ellas buscan desde la comparación, la masificación y la duplicación, la ilusión de la singularidad inundada de masividad.
Desde un plano de conciencia, la comparación relativa con otros, es un camino tan inútil como estéril. Desde la conciencia no soy, ni tengo, ni hago, más ni menos que nadie. El baremo conductor es mi propia evolución.
Cómo fui, cómo soy, cómo quiero ser.
Qué obtuve, qué obtengo, qué quiero obtener.
Qué hice, qué hago, qué quiero hacer.
Siempre auto referencialmente, como guía de mi propia evolución como persona, como faros que iluminan los estrechos de mi devenir y mi trascendencia.
Te preguntaste alguna vez...
¿Quién eres más allá de tus pertenencias, de tus cargos o de tu educación formal?
¿Eres capaz cuando compras algo, de identificar si dicha elección es producto de cubrir una real necesidad o lo quieres porque otros lo tienen?
¿No será la publicidad la creadora ilusoria de tu necesidad?
¿Qué te resulta más importante tu imagen personal, o tu esencia?
¿Vives flexiblemente de acuerdo al fluir de tus convicciones o estrictamente de la opinión de los demás?
Fragmento del libro Al Disipar la Neblina. Autor Carlos E. Montoto. Editorial Almaluz