Sutileza, la gran ausente
Seguramente en alguna pronunciada curva
de nuestro mundo veloz, superficial, muchas veces torpe y casi siempre
explícito, nuestra capacidad de ser sutiles nos habrá abandonado.
Y de esa manera se va opacando hasta nublarse
nuestra inteligencia emocional, capaz de conducirnos a movimientos delicados, perspicaces
y agudos en nuestro diario accionar.
Y quizás también nos va robando
nuestra habilidad de ser empáticos, con
su don de comprender, distinguir los estados de ánimo y la manera de ser de los
demás.
Tal es así que caemos una y otra vez
por el abismo de nuestros marcos de obviedad, aunque descubramos repetidamente
que son trampas de nuestras inferencias interpretativas.
Lo fino, lo delicado, lo ingenioso es
hoy poco frecuente, como una especie en extinción.
La socialización nos va conduciendo a
la trampa de un maniqueísmo inútil, donde todo es blanco o negro, donde no hay
espacios para los degrades.
En este entorno si nos identificamos
con una idea, quien piensa distinto es enemigo. Ya no nos venden productos o
servicios, los imponen porque dejamos que manipulen nuestra necesidad.
O todo es absolutamente racional o
emocional. O todo es lógico o mágico.
Comenzamos a sentirnos cada vez más
confortables en los extremos, como si transitar la vida entre el espacio que
crean las polaridades, fuera una zona muy riesgosa.
Y sin embargo es justamente lo que
está entre los extremos, el lugar propicio para ser potencialmente más humanos
y así ser más efectivos e íntegros a la vez.
Claro está, siempre estamos a tiempo.
Sólo hay que ser sutiles para advertirlo y actuar en consecuencia.
“Después de un tiempo,
uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar un alma…”
Jorge Luis Borges.