
La tolerancia, el respeto a la diversidad, son evidentes muestras de personas evolucionadas, más conscientes, verdaderamente comprometidas con ellas mismas y con los demás, e incondicionalmente libres.
Hoy es fácil apreciar en nuestros días, una especie de culto a la no tolerancia, a considerar a quien piensa distinto un enemigo, alguien sin derecho alguno para pensar ni actuar de determinada manera, simplemente por hacerlo de manera distinta, diferente, desde otra óptica, con otra interpretación.
Y quien así opera, quien vive atrapado en su propia realidad sin considerar la posible existencia de otras tan valiosas como la propia, termina quedando enredado en las telarañas de ser lo que piensa, y seguramente sin saberlo pierde su propia libertad.
Es quedarse atrapado en su laberinto de dogmas sin posibilidad de discutirlos, donde se pierde el libre albedrio de pensar como se piensa y respetar ideas distintas reconociendo al otro como legítimo tal.
La falta de tolerancia nos acerca peligrosamente al abismo de la no legitimación de la existencia de otro, con todo lo que eso presupone y que la historia nos presente en mil ejemplos.
Salud entonces a los tolerantes, a los capaces de reconocerse como las personas que son y que piensan, pero sin identificarse con lo que piensan, permitiendo de esa manera que otros con ideas distintas puedan ocupas similares espacios y crecer y desarrollarse desde la diversidad.
Salud a los libres de verdad.