
Es decir, si nuestras elecciones se
ven dignificadas por nuestras acciones reales.
Y la falta de brújula puede condenarnos a la desorientación en nuestros diversos ámbitos afectivos o laborales, ocasionándonos inconvenientes en nuestros distintos roles como padres, hijos, hermanos, esposos, novios, amigos, jefes, colaboradores, colegas, competidores, etc.
Una orientación que considero muy
sencilla y que me resulta de una atractiva utilidad, consiste en ser observador
de mi propio comportamiento evaluando si el mismo representa el ejemplo que
quiero de mí.
¿El que está actuando en el rol que
sea -jefe, padre, amigo, hermano, etc. -es la persona que realmente quiero ser,
y el ejemplo que otros quisiera encontrarán en mi?
¿Soy
un buen ejemplo de mi mismo?
Quizás
una simple pregunta, pueda resultar esa guía que a veces nos cuesta encontrar
(*)¿Sería capaz de
trascender la inmediatez de los tiempos que le tocaba vivir, de honrar sus
propias creencias, de ser fiel a sus valores, de no temer al ridículo, de usar
la mente y el corazón sin importar lo que pudieran considerar los demás, de
animarse a librar las batallas que tenía pendientes? ¿Encontraría la forma, el
camino, una luz a la cual seguir.
¿Podría convertirse en el héroe de ser quien realmente
quería ser, pagando los costos que tal elección pudiera traer aparejados? ¿Cómo
hacer para escapar de la vulgaridad, del marketing sin valores —que masifica
hasta nuestros gustos y preferencias, que nos arrastra como una marea al
consumo sin elección—, del deseo constante nacido de necesidades impuestas?
¿Cómo dar la vida por algo más grande que uno mismo?
(*)Párrafo extraída del libro Al Disipar La Neblina. Autor
Carlos E. Montoto Editorial Almaluz.