domingo, 30 de mayo de 2010

Domingo al caer la tarde. ¿Cae la vida?


Muchas veces he escuchado que los domingos por la tarde, no son el mejor momento de la semana y hasta podría afirmar que puede constituir el peor de todos a saber por comentarios de muchos conocidos, y hasta artículos y estadísticas que he leído al respecto que llegaban a asegurar que es el tiempo en que se producen los mayores intentos o consumaciones de suicidios. Desde una interpretación lógica, es el fin del fin, es decir el fin del fin de semana, y el preámbulo del comienzo de la semana laboral o de estudio o por decirlo de una manera más genérica, de las obligaciones. Esta visión podría justificar cierta tristeza, melancolía, desgano, fastidio o falta de entusiasmo o bien alguna de las emociones relacionadas que se pueden sentir en este espacio temporal que analizamos, y que se repite cada siete días. Si así fuera, esas emociones nos traen señales para darnos cuenta de algo, y que si les prestamos atención pueden ser excelentes aliadas en la transformación de algo de nosotros que queremos cambiar. Sin darnos cuenta, no hay cambio posible y ciertas emociones o sensaciones son claras señales de aviso de algo de lo que tenemos que hacernos conscientes. También puedo sostener, que como todo en la vida, es una cuestión de interpretación. Podríamos cambiar nuestras vivencias del momento, a través de múltiples posibilidades. Si he pasado un muy buen fin de semana, podría agradecer y valorarme la circunstancias de que así haya sido y la posibilidad de vivir muchos fines de semana como este o aún mejores. Si por algunas circunstancias no ha resultado positivo, entonces el desencanto está terminando, podré revisar porque no me resultó como esperaba y encarar el próximo de manera distinta. O más simplemente aún, puede ser un buen momento para continuar el domingo hasta que nos entreguemos al sueño, en un encuentro familiar o con amigos, en una salida especial, en compartir un video o un programa de TV, en leer en la tranquilidad un libro, o completar la lectura de los interminables matutinos dominicales, en planificar la semana, o en terminar de disfrutar hasta su último minuto el merecido descanso, y la recarga de energías para afrontar la semana de obligaciones que vuelve a comenzar. O porqué no un momento en que te animes a decirle a tus afectos todo lo que los aprecias, los amas y disfrutas de su compañía eso que por alguna razón nos negamos el enorme regalo de obsequiar y obsequiarnos. El domingo al caer la tarde, también puede ser un increíble espacio de valoración de nuestro ser, transformándolo en un espacio lleno de sentido.

sábado, 29 de mayo de 2010

Una vida sin valores, una vida sin valor…


Si no tenemos valores o creencias profundas, - algunos los llaman códigos- aquellas que nos definen como la persona que somos, que nos impulsan a hacer lo que hacemos bajo cualquier circunstancia o bien nos pone límites en aquellas cosas que jamás haríamos. ¿Qué valor puede tener la vida?.
Una vida sin valores, es como un tránsito a la deriva de lo que pueda suceder, como un veleta cambiante según sople el viento, como un barco sin rumbo ni destino, como si la vida fuera una película donde jamás te convertís en protagonista.
¿Cómo transitar sin valores las situaciones límites, las complejidades manifiestas con que cada tanto la vida nos desafía?
¿Cómo atravesar los duelos por las pérdidas irreparables, o como ser igualmente dignos cuando el “éxito” nos acompaña, para jamás creérnosla?
Libertad, responsabilidad, dignidad, integridad, amor incondicional, humildad… entra tantos otros, son los compañeros infalibles de un viaje de la vida en busca de sentido.

Porque nos cuesta valorar los regalos que la vida nos presenta con frecuencia.


Será por qué estamos condicionados a juzgar nuestras experiencias, las cosas que nos pasan como positivas o negativas y si las encajamos dentro de ésta última categoría le damos todo el permiso para que generan nuestra queja, frustración, enojo, tristeza, etc.
O será quizás que nos identificamos tanto con el tener o el poseer, que nos hace casi imposible reconocer valor a las pequeñas cosas que vivimos, desde una conversación que fluye y se convierte en armoniosa danza con alguien del mundo de nuestros afectos, o el saborear una deliciosa infusión, o ver un cielo con su impresionante celeste cuando está despejado o con su asombroso gris cuando está cubierto. Y podríamos mencionar mil simplezas como estas.
O será que comparamos lo que vivimos con otros, entonces caemos siempre en la trampa de algún otro que logra más o es más o tiene más, sin darnos cuenta que la única comparación valiosa que podemos hacer nunca es relativa a otros, sino absoluta con nosotros mismos.
O será que buscamos siempre las respuestas, comprender, entender, fuera de nosotros mismos, mientras allí en la profundidad de nuestro ser donde yacen muchas de las respuestas a nuestras inquietudes y digo muchas y no todas, porque hay algunas respuestas que no existen a nuestro nivel y sólo nos queda vivir de la aceptación genuina y liberadora.
O quizás, no sea sino que pretendemos controlarlo todo, las cosas, el tiempo y las personas, sin darnos cuenta que eso pertenece a un mundo de ilusión, tan etéreo como inefectivo.
Cuan libre seríamos desde nuestra elección del ser, si pudiéramos apreciar lo que la vida nos trae, disfrutando de aquellas cosas que nos dan placer, que nos hacen sentirnos tan vivos y aprendiendo, aceptando los desafíos que las otras nos plantean para convertirnos en quien podemos ser y aun no lo hemos logrado.