sábado, 29 de mayo de 2010

Porque nos cuesta valorar los regalos que la vida nos presenta con frecuencia.


Será por qué estamos condicionados a juzgar nuestras experiencias, las cosas que nos pasan como positivas o negativas y si las encajamos dentro de ésta última categoría le damos todo el permiso para que generan nuestra queja, frustración, enojo, tristeza, etc.
O será quizás que nos identificamos tanto con el tener o el poseer, que nos hace casi imposible reconocer valor a las pequeñas cosas que vivimos, desde una conversación que fluye y se convierte en armoniosa danza con alguien del mundo de nuestros afectos, o el saborear una deliciosa infusión, o ver un cielo con su impresionante celeste cuando está despejado o con su asombroso gris cuando está cubierto. Y podríamos mencionar mil simplezas como estas.
O será que comparamos lo que vivimos con otros, entonces caemos siempre en la trampa de algún otro que logra más o es más o tiene más, sin darnos cuenta que la única comparación valiosa que podemos hacer nunca es relativa a otros, sino absoluta con nosotros mismos.
O será que buscamos siempre las respuestas, comprender, entender, fuera de nosotros mismos, mientras allí en la profundidad de nuestro ser donde yacen muchas de las respuestas a nuestras inquietudes y digo muchas y no todas, porque hay algunas respuestas que no existen a nuestro nivel y sólo nos queda vivir de la aceptación genuina y liberadora.
O quizás, no sea sino que pretendemos controlarlo todo, las cosas, el tiempo y las personas, sin darnos cuenta que eso pertenece a un mundo de ilusión, tan etéreo como inefectivo.
Cuan libre seríamos desde nuestra elección del ser, si pudiéramos apreciar lo que la vida nos trae, disfrutando de aquellas cosas que nos dan placer, que nos hacen sentirnos tan vivos y aprendiendo, aceptando los desafíos que las otras nos plantean para convertirnos en quien podemos ser y aun no lo hemos logrado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario